Empecé diciéndole que era un desorden, a lo que él me contestó que, por su trabajo, había aprendido a ser súper organizado; seguí con que no sabía cocinar y odiaba planchar con todas mis fuerzas, cosas que a él «le desestresaban»; y acabé confesando que era una celosa obsesiva, cuya respuesta fue que él no iba a tener ojos para nadie más.
Hace cinco días lo llevé a una cena con mis amigas más arpías para que le sacaran todos los trapos sucios. Ni uno. Salieron encantadas con él, todas me dijeron que era demasiado bueno para ser verdad.
Sí, yo también pensaba eso, pero también pensaba que era demasiado bueno para mí. Aquella era la personificación de esa excusa comodín tan recurrida y odiosa como es el «no eres tú, soy yo».
Unas horas antes de empezar a contaros esto, he decidido llamarlo y dejarlo. A Adrián le faltaba ese punto canalla que ha hecho que me tire tres años con un tío que me pone los cuernos u otros dos colada por otro que solo quería sexo.