Las ventas de sus discos habían descendido alarmantemente. Cuando su implacable mánager, el Coronel Tom Parker, conseguía meterlo en un estudio, era fácil que al cabo de uno o dos días diera la espantada. Prefería alardear de sus conocimientos de kárate. Para cumplir sus obligaciones con su discográfica, RCA, en 1974 llegó a publicarse un incongruente disco con fragmentos de las charlas que soltaba en los conciertos (Having fun with Elvis on stage).
Parker lo sacaba de gira incesantemente, y varias veces al año recalaba en el hotel Hilton de Las Vegas para actuar durante 10 o 15 días en dos pases diarios. Las millonarias deudas de juego del coronel en el casino de dicho hotel se contaban entre las razones. A Elvis también empezaba a faltarle liquidez: había tenido que hipotecar Graceland. Los conciertos eran cada vez más penosos. Las críticas, feroces, se debatían entre la pena y la rabia. Escribían que estaba gordo, adormilado, ido, que no vocalizaba, que tartamudeaba, que olvidaba las letras de las canciones o simplemente las cambiaba de modo grotesco. Se comportaba erráticamente: lo mismo hacía una exhibición de kárate en mitad del show que iniciaba una guerra de pistolas de agua con sus coristas.