“Hubo una vez en la que me tocó trabajar con una mujer que tenía mucho sobrepeso”, cuenta. “Solo podía tumbarse sobre su costado y quería que trabajáramos exclusivamente su espalda. A mí me parecía bien, ya que era la única zona a la que tenía completo acceso. Sin embargo, después de dos minutos de sesión se empezó a oler un distintivo hedor de heces. La mujer se lo había hecho encima”. Lamadian se declara una persona muy comprensiva y abierta de mente, pero tras este episodio prefirió recomendar a la mujer a otro especialista, con la falsa excusa de que sabía más sobre los problemas que la aquejaban.
Las historias referidas a los efluvios corporales son a veces más sutiles: “Mi madre trabajó durante un tiempo como masajista. Tuvo un cliente que tenía la espalda completamente cubierta de granos. Según iba masajeando, los forúnculos explotaban y sus manos y la espalda de la persona acabaron completamente cubiertos de pus”.