Hasta Mónica, las relaciones de Nacho no habían ido demasiado en serio. Ninguna chica le había durado más de seis meses (a pesar de que por alguna se había llegado a colar bastante) porque nunca había querido renunciar a su independencia por ellas. Prefería quedar con sus colegas para ver el fútbol o salir de fiesta antes que ir al cine con sus novias. Por norma general, hablaba más conmigo que con cualquiera de ellas.
De hecho, éramos sus amigos los que le decíamos que, si tenía novia, tenía que prestarle un poquito de atención, que era pasota hasta límites insospechados. Y entonces llegó Mónica. Y ese poquito de atención que le pedíamos se convirtió en un exceso de ella. Dejó de escribir en nuestro grupo de Whatsapp, en el que antes se pasaba el día enviando todas las chorradas que encontraba. Las pocas veces que lo hacía, era única y exclusivamente para decir que no podía quedar.