La mujer, al lado de un hombre así, se relaja, deja de tener miedo a que la vuelvan a maltratar, abusar de ella o despreciarla… y saca su encanto femenino, dejando florecer poco a poco a la diosa que hay en ella. El hombre ante este espectáculo se rinde y honra su femenino, su belleza, su forma de ser, de mujer y de diosa.
Este hombre ama a la mujer porque ama el femenino, la Tierra, la naturaleza, la vida, la alegría y ello le permite reflejar el niño que lleva en su interior, un niño juguetón, alegre, divertido, curioso, travieso y vivaracho, un niño que encantará a todos y en especial a muchas mujeres sensibles.
Y en la cama, este amante sabrá hacer que la mujer se sienta guapa, atractiva, deseada, única, amada y adorada, se entregará y le ofrecerá lo mejor de sí misma, todo su ser, desde sus entrañas hasta el templo sagrado de su diosa.