Dejar la comodidad a la que te has acostumbrado y elegir otro camino es como un pez que nada a contracorriente supone valentía, trabajo y perseverancia. Sinceramente, cambiar produce pereza e incomodidad.
Aquello que modificas de forma radical en poco tiempo, tu cuerpo lo considera como un estrés, una agresión. Tus nuevos objetivos van de la mano con nuevos pensamientos y experiencias que provocan un gasto energético físico y psíquico extra con el que tu cuerpo no contaba.
Y es en este preciso momento, cuando tu cuerpo adaptado a tus costumbres se niega a cambiar y te lanza esas voces, ese parloteo, esas autosugestiones que te dicen: “Mejor empieza el lunes que viene la dieta”, “Ya es tarde para ir al gimnasio, mejor voy mañana que seguro estaré más animado”. Y sin verlo venir, estás tumbado de nuevo en el sofá con el control remoto y comiéndote la tableta de chocolate.