Porque se piensan que tener una cita con una trabajadora sexual va a llevar, sí o sí, a una noche de carnalidad desenfrenada.
Porque fantasean con mi personaje delante de las cámaras mucho antes de conocer a la persona que se encuentra detrás de ellas.
Porque la intimidad se rompe cuando me has visto desnuda trescientas veces antes de que me haya quitado la ropa delante tuyo.
Las primeras cincuenta veces te muerdes la lengua, haces de niñera y explicas de buenas maneras que eres una persona normal y corriente que simplemente tiene un trabajo un poco peculiar.
Pero después de unos cuantos años lidiando con la misma cantinela te hartas de tener que dar explicaciones a nadie. Te hartas hasta de hacer el esfuerzo. No quiero acabar dando charlas sobre feminismo pro sex mientras intento tener una cita.
Hace un par de días, durante uno de mis vuelos de Los Ángeles a San Francisco, uno de los auxiliares de vuelo (Alto. Pelirrojo. Atractivo.) apuntó su número de teléfono en una servilleta y me lo ofreció junto a mi zumo de manzana. Le miré, me puse colorada como un tomate y me guardé el papel en un bolsillo pensando en que jamás iba a llamarle. Porque en un 99% de los casos, la cosa iba a acabar mal.