Me he vuelto perezosa. No hay otra manera de definir mi situación actual: no tengo ganas de ligar. No quiero tener que pasar por una conversación incómoda en la que mi acompañante me pregunte a qué me dedico. Cómo me gano las castañas. De dónde saco el dinero. Mentir o decir medias verdades va completamente en contra de todos mis principios, pero por otra parte me da pánico tener que explicar que soy actriz porno. Sí, me dedico a tener sexo por dinero.
No me mal interpretéis, adoro mi trabajo y me siento completamente orgullosa de ser una trabajadora sexual, pero estoy harta de las miradas de sorpresa, las mandíbulas abiertas, las miradas ojipláticas y los «oh», seguidos de algún que otro silencio incómodo.
Sin contar con que para la mayoría de la población mi profesión está plagada de estereotipos, normalmente erróneos y bastante dañinos.
En mi experiencia, la cita puede derivar en dos tipos de conversación: preguntas infinitas sobre los intríngulis del negocio (¿Las pollas de los actores son tan grandes como parecen? ¿Los chicos toman viagra? ¿Cómo aguantan tanto sin correrse?) o la sensación de haberte convertido ipso facto en una consejera sexual (Mi última novia no se corría con la penetración. Cómo provocar el squirting. No sé si puedo dar placer a una mujer porque mi pene está curvado en un ángulo obtuso de 23 grados.).