Ahí ya me contó toda su vida. Que si llevaba un año y medio sin pareja, que estaba deseando enamorarse y que quería encontrar ya a la madre de sus hijos. Me dio tanta pereza su conversación que llamé al camarero y me pedí un whisky doble. Total, que acabó apuntándose a mi plan del sábado con mis amigos.
¡Maldita noche! Igual que la tarde del café, me di a la bebida para pasar de sus piropos y tiradas de caña. El problema es que se me fue de las manos y al día siguiente amanecí desnuda en su cama, sin recordar siquiera cómo había llegado hasta allí.
El tío se vino arriba, como si a partir de ahí ya tuviéramos que ser novios. Le intenté decir que yo no quería nada, que acababa de salir de una relación larga y no estaba preparada para tener algo serio.
No lo quiso entender. Su respuesta fue: “Cuando me conozcas te enamorarás de mí”. Creo que mi cara de póquer fue épica. Me despedí con un “bueno, ya nos vemos” y me fui corriendo a mi casa. Lo que vino después fue totalmente surrealista.