Hace unos meses llamó a mi puerta un chico bastante mono. Era el nuevo inquilino del piso de enfrente, que venía a saludar y conocer a los que a partir de ahora serían sus vecinos.
Nada más abrir la puerta, noté cómo empezaron a salir chispitas de sus ojos y cómo se ponía cada vez más y más nervioso. “Mierda”, dije para mis adentros, sabedora de lo que esto significaba. Pero como era nuevo en la ciudad y tampoco me cayó del todo mal, le di mi número para ir algún día a tomar algo.
Esa misma noche empezó a hablarme por Whatsapp. “Quería desearte buenas noches y decirte que me ha encantado conocerte”, me escribió Edu, que así se llamaba mi nuevo vecino. “Qué majo”, pensé, “solo espero que no sea muy pesado”. ¡Error!
A la mañana siguiente me desperté con un Buon giorno principessa en el móvil, y en cuanto llegué del trabajo lo tenía esperándome en la puerta para ir a tomar un café.