Poco antes de que Peter Jackson se decidiera a llevar a la gran pantalla la trilogía de El Señor de los Anillos, en el mundillo de Hollywood se consideraba a la obra de Tolkien como un caramelo imposible. Era carne de película, sí, por su épica, por personajes carismáticos, por su mezcla perfecta de fantasía y aventura y otras mil virtudes cinematográficas.
[pullquote]La serie ha logrado atrapar a millones de televidentes a base de intriga, aventuras, sexo, violencia y dosis medidísimas de magia y fantasía[/pullquote]Pero también se preveía demasiado densa y mastodóntica para ser rodada. La Tierra Media era un mundo inabarcable y el presupuesto y las dimensiones del rodaje ya habían echado para atrás a más de uno. Pero Jackson demostró que era posible y, a pesar de una flojísima adaptación del tercer libro, construyó una más que decente traslación del papel al celuloide.
Con Canción de Hielo y Fuego, que es el nombre de la saga literaria creada por George R.R. Martin en que se basa la serie de televisión Juego de Tronos, pasó algo parecido. Llevar a la gran pantalla la historia de las luchas dinásticas por controlar el territorio ficticio de Poniente hubiera resultado imposible y así lo vio también el autor, que rechazó diversas ofertas para intentarlo. Los siete libros de alrededor de mil páginas cada uno que el autor tenía previsto publicar dentro de la saga convertían la misión en algo impensable.
