[nextpage]Los ojos, la nariz y la boca son los tres elementos que definen tus rasgos faciales. Los labios se convierten, en determinados momentos, en el centro de todas las miradas. Claves en tu sonrisa, al hablar, al realizar, sin darte cuenta, pequeños gestos cotidianos que forman parte de tu propia personalidad y, por supuesto, indispensables para dar desde el beso más cariñoso e inocente hasta el más apasionado.
Cuidar los labios no es ninguna «tontería» porque una boca que presente labios resecos, agrietados, con pieles muertas o con un temible (y doloroso) herpes, destrozaría la imagen del mismísimo Adonis.
Tanto en el hombre como en la mujer, la piel de los labios es extremadamente sensible, más fina incluso que la del contorno de los ojos y además, se renueva con mayor rapidez que el resto de la dermis (4 veces más deprisa).
Los labios carecen de melanina (no se ponen «morenos» y sufren directamente la acción de los rayos solares) y, en ellos, la presencia de glándulas sebáceas y sudoríparas, que podrían aportarles hidratación y elasticidad, es prácticamente nula.