Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de mis vacaciones de verano. Obviamente, lo de estar soltera ha sido el factor clave. En los últimos años había ido empalmando un novio con otro, por lo que mis viajes eran siempre en pareja y de índole romántica. Total, mucho amor pero diversión cero.
[pullquote]¿Por qué en vacaciones nos atrevemos a hacer cosas que de normal no hacemos? ¿Por qué tenemos que irnos lejos para poder desmelenarnos a gusto?[/pullquote]
Al quedarme compuesta y sin novio, mis días libres de este 2014 han sido completamente diferentes. Primero, porque me encargué de montar un viaje de singles con mis amigas para acabar al más puro estilo de Resacón en Las Vegas. Segundo, gracias a ese maravilloso invento llamado Tinder, con el que hemos ligado como nunca.
Porque lo primero que hicimos al llegar al hotel, antes incluso de deshacer las maletas, fue enchufar el GPS y poner en marcha nuestro radar de hombres. Queríamos comprobar a qué tipo de material íbamos a enfrentarnos. «Ah, pues este no está nada mal», «uy, mira que mono este otro»,»¿y qué me decís de este monumento?». Esas, con todas sus variantes, fueron las frases más repetidas de todas las vacaciones.