Nikki Sixx relató en su autobiografía la manera en la que, durante los ochenta, los hombres eran vistos como máquinas sexuales. Entre tacones, ligueros, maquillaje y cabezas alborotadas, los músicos conseguían cientos de grupies cada noche en sus conciertos; mismas con las que el sexo era maravilloso. Sin embargo, y mucho más seguido de lo que nadie imaginaría, todos estos sex symbols recurrían a algunos métodos adicionales para tener un mejor rendimiento sexual.
Sixx cuenta que, al principio, ver labios rojos entre el público, una mirada sexy o un par de senos firmes, lo excitaban sin problema. Para él todo era una escena erótica y sensual en la que cada que él chasqueaba los dedos, un arsenal de mujeres aparecían dispuestas a todo. No obstante, al ser tan sencillo conseguir horas de placer con distintas personas, todo se volvió mecánico. Para solucionar su falta de deseo y, por ende, su dificultad para conseguir una erección, el bajista decidió tomar pastillas para ayudar al rendimiento físico.